jueves, 10 de diciembre de 2009

¿Cuánto más podremos pedirle a los alimentos?

Las sociedades del siglo XXI, por lo menos las desarrolladas, parecen estar exigiéndole a los alimentos propósitos impensados hasta solo un par de décadas atrás.

El desarrollo de los alimentos funcionales así como los avances en nutrigenómica está estrechando, y estrechará más en el futuro, el vínculo de los alimentos con la salud. Del mismo modo, el valor de la belleza y el querer verse bien en las distintas edades está siendo un importante estímulo para el crecimiento de la “cosmetoalimentación”. Por otra parte, la sociedad está siendo cada vez más una sociedad de los afectos, y probablemente más lúdica, aspectos que intensifican la demanda por la alimentación experiencial y por la “eatertainment” (comida entretención).

En las dos últimas décadas se han intensificado las investigaciones sobre el cerebro y su funcionamiento. La relación dieta /cerebro está pasando a adquirir tanta relevancia como la relación dieta/cuerpo. Hoy las universidades y empresas líderes del mundo están invirtiendo cada vez más esfuerzos y recursos en conocer la neurofisiología del hambre, de la saciedad, de la gratificación y del placer relacionados con la alimentación. También están estudiando el efecto de los alimentos en la concentración, la memoria, las capacidades cognitivas y los estados de ánimo.

La gente se está empezando a dar cuenta que la alimentación también puede contribuir a gestionar sus estados de ánimo. Ello a través de mecanismos directos debido a que algunos alimentos producen neurotransmisores y péptidos asociados al “bienestar y la felicidad”, o a través de mecanismos indirectos porque el consumo de determinados alimentos son vinculados por quienes los consumen con experiencias gratificantes. Los alimentos crecientemente contribuyen no solo a la gestión del estado físico del cuerpo sino que a la gestión de las emociones y de los afectos.

En los escenarios de globalización a los alimentos también se les exige que contribuyan a las identidades locales, nacionales y étnicas y al fortalecimiento de los vínculos comunitarios.

Todos estos avances no tienen nada de cuestionables y expresan muy bien la notable capacidad tecnológica de nuestras sociedades. Ellos coexisten, sin embargo, con el hambre y la desnutrición en una parte muy importante del planeta. No cabe duda, al respecto, que para al menos los 1.000 millones de personas que sufren de la falta de alimentos lo que les interesa es el propósito o función más primaria de los alimentos: nutrir bien para que las personas puedan desarrollarse lo más plenamente posible. Acá hay, evidentemente, un tema ético y de cómo damos una mejor gobernabilidad a nuestro mundo de tal forma que los beneficos del progreso lleguen a todos.

Es mi convicción que podemos seguir pidiéndole más a los alimentos, pero sin descuidar su función más básica para todos los que habitamos en este planeta llamado Tierra.

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