En los años que vienen muy probablemente se intensificará la globalización de los alimentos y de las gastronomías. En ello contribuirá la expansión del turismo, la ampliación de las migraciones, el desarrollo de las tecnologías y la búsqueda de sabores y platos de otras latitudes.
Esta intensificación significará una mayor convergencia de los patrones de consumo y de las estructuras del retail, pero no una homogenización de las culturas gastronómicas pues, a mi juicio, coexistirán la demanda por las comidas propias con las comidas “extranjeras”. Los consumidores buscan en los alimentos y en las comidas identidad, pero también novedad y nuevas experiencias.
Con toda seguridad, a los actuales platos mundializados como las hamburguesas, las pizzas, las pastas, los tacos y los wontons se sumarán otros debido a que cada vez es más común que restaurantes de países lejanos se instalen con éxito en otros. Complementariamente, el aumento de los ingresos en los países en desarrollo permitirá a sus poblaciones ir accediendo a los nuevos productos alimenticios como, por ejemplo, a los alimentos funcionales.
Un riesgo para la intensificación de la globalización alimentaria es la tendencia de algunos sectores de los consumidores de los países desarrollados a consumir solo alimentos producidos localmente, para evitar el traslado de estos a través de distancias muy grandes.
En la última década los chilenos comemos cada vez más comida china, norteamericana, italiana, mexicana, japonesa y peruana. Ello seguramente seguirá siendo así y probablemente consumiremos también la de otros países cercanos y de otros no tanto. Junto con ello, es mi convicción, valoramos y comeremos con más gusto aquello que conocemos desde niños como comida chilena.
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