Estamos por terminar la primera década del siglo XXI. A nivel nacional en estos años nos hemos acercado notablemente al desarrollo. El ingreso per cápita de los chilenos está pasando a ser el primero de América Latina y el Índice de Desarrollo Humano del Pnud nos muestra encabezando a la Región.
Pasa lo mismo con los principales ranking mundiales de competitividad.
Desde una perspectiva sectorial, esta década pasará a la historia como aquella en que se plantea una gran apuesta: la de transformar a Chile en Potencia Alimentaria y Forestal. En estos años se consolida la apertura en el marco de los acuerdos comerciales; más que se doblan las exportaciones silvoagropecuarias; y en más de la mitad de los años el crecimiento sectorial fue superior al del conjunto de la economía. También la pobreza rural cae sustantivamente, alcanzando niveles menores a la urbana. Asimismo, se crean nuevos instrumentos como el seguro agrícola, la bolsa de productos, los consorcios tecnológicos, el cluster de los alimentos, los encadenamientos productivos de la pequeña agricultura, la Ley del Bosque Nativo y los apoyos para la cuantificación de la huella de carbono.
Sin embargo, a casi siete años de la gran apuesta de Chile Potencia Alimentaria y Forestal, es oportuno preguntarnos cuánto hemos avanzado en su concreción. Algunos sostendrán que poco, otros afirmaremos que ha habido avances importantes, pero que las tareas por delante son significativas. En estos años hemos consolidado nuestro liderazgo mundial en ámbitos como el frutícola, y nos hemos transformado en exportadores pecuarios. Hemos avanzado en la tecnificación del riego, en el desarrollo de la agricultura de precisión, y en la responsabilidad social empresarial.
Igualmente hemos asumido algunos desafíos de largo plazo, como la producción y exportación de variedades vegetales, y el fortalecimiento del sector como carbono neutral. El período que se nos va nos deja algunos importantes déficit y tareas que de no asumirse en la década que viene podrían amagar nuestro posicionamiento y debilitar la apuesta. Entre estos están la formación de los recursos humanos, el rediseño del Ministerio, el desarrollo de la institucionalidad privada y de la asociatividad, la investigación e innovación, el desarrollo biotecnológico y la calidad y productividad del empleo.
Para enfrentar tales déficit así como para asumir nuevos desafíos imprescindibles para un liderazgo alimentario global, durante la segunda década de este siglo debieramos a) iniciar la adaptación de la agricultura al cambio climático y avanzar en el desarrollo de una industria alimentaria de bajo carbono; b) desarrollar la producción de alimentos funcionales; c) invertir fuerte en biotecnología y nanotecnología; d) fortalecer la creación de variedades vegetales; e) ampliar significativamente la superficie regada y su tecnificación; f) incorporar a la pequeña agricultura a las grandes apuestas; g) establecer alianzas con los actores mundiales líderes en el campo alimentario; h) fortalecer la identidad alimentaria del país; i) intensificar la creación de institucionalidad privada y j) concretar la implementación de un Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentos. Durante la década que viene debemos consolidar el desarrollo de una agricultura del conocimiento, y al término de ella poder afirmar que ha sido la de
Chile Potencia Alimentaria y Forestal Carbono Neutral. Chile tiene una inequívoca vocación de producción y exportación de alimentos. Tal vocación tiene nuevas posibilidades en la creciente demanda mundial por más y mejores alimentos. Es legítimo que algunos planteen que en estos años no hemos avanzado lo suficiente. Lo que no me es bueno es cuestionar la validez de una apuesta que es de mediano plazo y que dota al sector y al país de una ambición que moviliza los mejores talentos y energías en un proyecto que amplía los espacios del sector.
(Fuente: Revista del Campo, Diario El Mercurio, Santiago 21 de diciembre de 2009; presencia en blogs de El Mercurio)
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