jueves, 10 de diciembre de 2009

Huella del agua y economía del conocimiento

El indicador más ampliamente utilizado en la agricultura para medir la productividad ha tenido tradicionalmente en la tierra su principal referente. Es así como ella se mide comúnmente en quintales por hectáreas o carga animal por hectárea. Esta nomenclatura y forma de medir la productividad expresa bastante bien el principal recurso escaso que desde décadas ha sido para el desarrollo de las actividades sectoriales la tierra.

Pero los tiempos han cambiado. Los ingresos y la población crecen constantemente, la existencia del cambio climático ya no se discute, y el conocimiento se ha posicionado como un factor productivo imprescindible para el aumento de la productividad y de la competitividad. En términos simples pudiéramos afirmar, por lo tanto, que los recursos más centrales para la agricultura del siglo XXI están siendo y lo serán más en el futuro el agua y el conocimiento. Ambos insumos, sin embargo, tienen naturalezas distintas: mientras el primero con el uso generalmente se disminuye o se deteriora, el otro en cambio con el uso se multiplica y se recrea.

A nivel mundial, para satisfacer una demanda de alimentos que crecerá en un 40% al año 2030 es posible afirmar que la tierra será razonablemente suficiente, afirmación que es más difícil de hacer con relación al agua si es que no hay un notable aumento en la eficiencia de su uso. Probablemente en el caso chileno sea un poco a la inversa, aunque es notorio que la desertificación ha ido aumentando y los impactos del cambio climático han estado alterando la cuantía y la distribución de las precipitaciones.

Estos antecedentes nos están exigiendo una mayor eficiencia en el uso del agua, un uso sustentable de ella. Es en este contexto, entonces, que surge el concepto de la huella del agua, del agua virtual y del comercio internacional de agua. Aunque con bastante más rezago que la huella de carbono, la huella del agua se está empezando a abordar principalmente en los países europeos como un criterio de producción sustentable, y probablemente no esté muy lejano el tiempo en que los productos se etiqueten para entregar información a los consumidores y a través de esto impactar en la diferenciación de los productos y en el comercio internacional.

Nuestro país ha avanzado significativamente en mejorar la eficiencia del uso del agua de riego, y lo ha hecho principalmente en la gestión hídrica intrapredial. Así las cosas, entre el año 1997 y el 2007 la superficie de riego tecnificada aumentó de las 92.000 hectáreas a las 304.000, es decir un 230%. Este es un logro muy notable que es preciso fortalecer en el futuro y ampliarlo a otros ámbitos y eslabones del uso del agua en la agricultura y en la industria de los alimentos.

La medición de la huella del agua presenta una interesante oportunidad para hacer un mejor uso de los recursos hídricos por parte de las actividades silvoagropecuarias nacionales. Por lo demás, dado que la huella del agua no es solo susceptible de ser utilizada como un indicador de sustentabilidad para los productos sino que igualmente para empresas y países, la oportunidad es también para Chile en su conjunto. Además presenta una oportunidad para que nuestro país esté preparado para cuando el etiquetado en este ámbito comience a ser exigido por los mercados. Esta exigencia probablemente no suceda en el corto plazo, pero es bueno asumir tempranamente esta muy probable tendencia comercial. Y si por alguna razón este requerimiento de los mercados no se concretara, quedaría a nuestro beneficio esta importante herramienta de gestión sustentable.

El principal desafío de la agricultura chilena de las próximas tres décadas es su adaptación a los impactos del cambio climático y su liderazgo como sector carbono neutral y baja en consumo de recursos hídricos. Ello nos demandará como país avanzar consistente y perseverantemente en el desarrollo de la economía verde, que es una expresión más sofisticada, conciente y responsable de la economía del conocimiento. En esta perspectiva, la medición de la huella del agua en los distintos productos y el mejor uso de ella en los diversos eslabones de producción serán acciones muy relevantes.

En el tiempo que viene, tenemos que volver a dar otro salto en la eficiencia del uso del agua retomando la construcción de embalses, conociendo y gestionando mejor nuestros acuíferos, invirtiendo mucho más en el revestimiento de canales, fortaleciendo la agricultura de precisión y ampliando la tecnificación del riego de tal forma de llegar a las 600.000 hectáreas el año 2017.

Asumiendo activamente esta nueva visión del desarrollo y este conjunto de tareas, seremos más plenamente competitivos cuando la productividad empiece a medirse en quintales por litro, o como con la agricultura del conocimiento sucederá en quintales de caroteno, de vitaminas o de proteínas por gota de agua. Entonces será otro otra agricultura y otra economía.

(fuente: publicado en Innovación Agraria, Diario La Tercera el 8 de octubre de 2009)

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