martes, 29 de diciembre de 2009

Cambio Climático:: Me quieren mucho, poquito, nada....

Es a este juego-adivinanza al que nuestro planeta probablemente estuvo “apostando” en los meses previos y durante la Cumbre sobre Cambio Climático de Copenhague. O quizás no, debido a que ya hace mucho tiempo que concluyó que los países, especialmente los desarrollados, no han mostrado mayores gestos de buen trato y si lo aprecian lo hacen más bien inspirados en aquella vieja idea “del que te quiere te aporrea”.


El problema es que dada la fuerte relación que desde siempre ha existido entre el destino de la humanidad y el destino de la tierra, relación que se ha fortalecido fuertemente en esta Época del Antropoceno, este juego adivinanza debiera ser jugado como “nos queremos mucho, poquito, nada….; nos queremos mucho….”. Esto que cada vez es más obvio para una parte creciente de la humanidad no fue suficientemente obvio para los principales negociadores de Copenhague.

Hubo poca voluntad y generosidad de algunos países “grandes” para alcanzar un acuerdo vinculante de reducción de los gases de efecto invernadero a un nivel tal que se asegurase que la temperatura del planeta no aumente sobre los 2 grados durante este siglo XXI. Los recursos anunciados por Estados Unidos y Europa para apoyar a los países en desarrollo en la adaptación al cambio climático siendo una buena noticia fue opacada por la falta de acuerdo en el tema principal. Lo significativo es que no hubo acuerdo y que no está claro cómo, cuándo y dónde continuarán las negociaciones sobre este crítico problema global, el cual tenemos entre manos por lo menos desde hace dos décadas.

El fracaso de esta Cumbre, no ha sido una buena manera de terminar esta primera década del siglo y del milenio. En un tiempo en que producto de la crisis económica internacional se había estado hablando de una nueva globalización, más regulada y mejor gobernada, muchos habíamos confiado en que esta Cumbre sería un primer importante test y que lo sortearíamos razonablemente bien. Pero no ha sido así. Los antecedentes que fueron siendo conocidos a través de la prensa sobre el ambiente de beligerancia y del desorden de cómo las cosas fueron sucediendo en las dos semanas de sesiones en Copenhague superaron en algunos aspectos los más pesimistas pronósticos que se realizaban algunos meses antes de la realización de esta Cumbre.

A pesar de tales resultados, estoy convencido que desde una perspectiva global la década que se inicia será mejor que la que se va. La humanidad tiene, aunque no siempre lo demuestre, una rara capacidad de reaccionar cuando se acerca a los abismos. El mundo tiene en los Objetivos del Desarrollo del Mileno, en la Ronda de Doha y en la mitigación y la adaptación del cambio climático nuevas oportunidades para probarnos que somos capaces de, en el contexto de un nuevo multilateralismo, asumir cada país su responsabilidad, proporcionalmente a su peso pasado y presente en el mundo, y no siempre echarle la culpa a los demás o mirar para el lado.

Chile, bajo el criterio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”, ha sostenido, y así lo hizo en Copenhague, que seguirá implementando medidas para asumir su responsabilidad a través de distintas iniciativas de mitigación. Esto habla bien de nosotros, aunque tenemos a nuestro “debe” el aumento de emisiones producto del camino que ha tomado nuestra matriz energética. En este contexto, nuestro país tiene una interesante oportunidad en el concepto de Agricultura Carbono Neutral.

La humanidad como pocas veces en su historia, está frente a un notable e inédito desafío que es tecnológico y económico pero principalmente ético y cultural. La nueva década que tenemos por delante, la de los “teen years”, debiera motivarnos para que ejercitemos con audacia e inteligencia la sensibilidad ambiental y la vitalidad de la adolescencia y juventud de los años que se nos viene por delante.

link: documento de "acuerdos" Cumbre de Copenhague

martes, 22 de diciembre de 2009

La Década de la Gran Apuesta

Estamos por terminar la primera década del siglo XXI. A nivel nacional en estos años nos hemos acercado notablemente al desarrollo. El ingreso per cápita de los chilenos está pasando a ser el primero de América Latina y el Índice de Desarrollo Humano del Pnud nos muestra encabezando a la Región.

Pasa lo mismo con los principales ranking mundiales de competitividad.

Desde una perspectiva sectorial, esta década pasará a la historia como aquella en que se plantea una gran apuesta: la de transformar a Chile en Potencia Alimentaria y Forestal. En estos años se consolida la apertura en el marco de los acuerdos comerciales; más que se doblan las exportaciones silvoagropecuarias; y en más de la mitad de los años el crecimiento sectorial fue superior al del conjunto de la economía. También la pobreza rural cae sustantivamente, alcanzando niveles menores a la urbana. Asimismo, se crean nuevos instrumentos como el seguro agrícola, la bolsa de productos, los consorcios tecnológicos, el cluster de los alimentos, los encadenamientos productivos de la pequeña agricultura, la Ley del Bosque Nativo y los apoyos para la cuantificación de la huella de carbono.

Sin embargo, a casi siete años de la gran apuesta de Chile Potencia Alimentaria y Forestal, es oportuno preguntarnos cuánto hemos avanzado en su concreción. Algunos sostendrán que poco, otros afirmaremos que ha habido avances importantes, pero que las tareas por delante son significativas. En estos años hemos consolidado nuestro liderazgo mundial en ámbitos como el frutícola, y nos hemos transformado en exportadores pecuarios. Hemos avanzado en la tecnificación del riego, en el desarrollo de la agricultura de precisión, y en la responsabilidad social empresarial.

Igualmente hemos asumido algunos desafíos de largo plazo, como la producción y exportación de variedades vegetales, y el fortalecimiento del sector como carbono neutral. El período que se nos va nos deja algunos importantes déficit y tareas que de no asumirse en la década que viene podrían amagar nuestro posicionamiento y debilitar la apuesta. Entre estos están la formación de los recursos humanos, el rediseño del Ministerio, el desarrollo de la institucionalidad privada y de la asociatividad, la investigación e innovación, el desarrollo biotecnológico y la calidad y productividad del empleo.

Para enfrentar tales déficit así como para asumir nuevos desafíos imprescindibles para un liderazgo alimentario global, durante la segunda década de este siglo debieramos a) iniciar la adaptación de la agricultura al cambio climático y avanzar en el desarrollo de una industria alimentaria de bajo carbono; b) desarrollar la producción de alimentos funcionales; c) invertir fuerte en biotecnología y nanotecnología; d) fortalecer la creación de variedades vegetales; e) ampliar significativamente la superficie regada y su tecnificación; f) incorporar a la pequeña agricultura a las grandes apuestas; g) establecer alianzas con los actores mundiales líderes en el campo alimentario; h) fortalecer la identidad alimentaria del país; i) intensificar la creación de institucionalidad privada y j) concretar la implementación de un Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentos. Durante la década que viene debemos consolidar el desarrollo de una agricultura del conocimiento, y al término de ella poder afirmar que ha sido la de

Chile Potencia Alimentaria y Forestal Carbono Neutral. Chile tiene una inequívoca vocación de producción y exportación de alimentos. Tal vocación tiene nuevas posibilidades en la creciente demanda mundial por más y mejores alimentos. Es legítimo que algunos planteen que en estos años no hemos avanzado lo suficiente. Lo que no me es bueno es cuestionar la validez de una apuesta que es de mediano plazo y que dota al sector y al país de una ambición que moviliza los mejores talentos y energías en un proyecto que amplía los espacios del sector.

(Fuente: Revista del Campo, Diario El Mercurio, Santiago 21 de diciembre de 2009; presencia en blogs de El Mercurio)

jueves, 10 de diciembre de 2009

¿Cuánto más podremos pedirle a los alimentos?

Las sociedades del siglo XXI, por lo menos las desarrolladas, parecen estar exigiéndole a los alimentos propósitos impensados hasta solo un par de décadas atrás.

El desarrollo de los alimentos funcionales así como los avances en nutrigenómica está estrechando, y estrechará más en el futuro, el vínculo de los alimentos con la salud. Del mismo modo, el valor de la belleza y el querer verse bien en las distintas edades está siendo un importante estímulo para el crecimiento de la “cosmetoalimentación”. Por otra parte, la sociedad está siendo cada vez más una sociedad de los afectos, y probablemente más lúdica, aspectos que intensifican la demanda por la alimentación experiencial y por la “eatertainment” (comida entretención).

En las dos últimas décadas se han intensificado las investigaciones sobre el cerebro y su funcionamiento. La relación dieta /cerebro está pasando a adquirir tanta relevancia como la relación dieta/cuerpo. Hoy las universidades y empresas líderes del mundo están invirtiendo cada vez más esfuerzos y recursos en conocer la neurofisiología del hambre, de la saciedad, de la gratificación y del placer relacionados con la alimentación. También están estudiando el efecto de los alimentos en la concentración, la memoria, las capacidades cognitivas y los estados de ánimo.

La gente se está empezando a dar cuenta que la alimentación también puede contribuir a gestionar sus estados de ánimo. Ello a través de mecanismos directos debido a que algunos alimentos producen neurotransmisores y péptidos asociados al “bienestar y la felicidad”, o a través de mecanismos indirectos porque el consumo de determinados alimentos son vinculados por quienes los consumen con experiencias gratificantes. Los alimentos crecientemente contribuyen no solo a la gestión del estado físico del cuerpo sino que a la gestión de las emociones y de los afectos.

En los escenarios de globalización a los alimentos también se les exige que contribuyan a las identidades locales, nacionales y étnicas y al fortalecimiento de los vínculos comunitarios.

Todos estos avances no tienen nada de cuestionables y expresan muy bien la notable capacidad tecnológica de nuestras sociedades. Ellos coexisten, sin embargo, con el hambre y la desnutrición en una parte muy importante del planeta. No cabe duda, al respecto, que para al menos los 1.000 millones de personas que sufren de la falta de alimentos lo que les interesa es el propósito o función más primaria de los alimentos: nutrir bien para que las personas puedan desarrollarse lo más plenamente posible. Acá hay, evidentemente, un tema ético y de cómo damos una mejor gobernabilidad a nuestro mundo de tal forma que los beneficos del progreso lleguen a todos.

Es mi convicción que podemos seguir pidiéndole más a los alimentos, pero sin descuidar su función más básica para todos los que habitamos en este planeta llamado Tierra.

Huella del agua y economía del conocimiento

El indicador más ampliamente utilizado en la agricultura para medir la productividad ha tenido tradicionalmente en la tierra su principal referente. Es así como ella se mide comúnmente en quintales por hectáreas o carga animal por hectárea. Esta nomenclatura y forma de medir la productividad expresa bastante bien el principal recurso escaso que desde décadas ha sido para el desarrollo de las actividades sectoriales la tierra.

Pero los tiempos han cambiado. Los ingresos y la población crecen constantemente, la existencia del cambio climático ya no se discute, y el conocimiento se ha posicionado como un factor productivo imprescindible para el aumento de la productividad y de la competitividad. En términos simples pudiéramos afirmar, por lo tanto, que los recursos más centrales para la agricultura del siglo XXI están siendo y lo serán más en el futuro el agua y el conocimiento. Ambos insumos, sin embargo, tienen naturalezas distintas: mientras el primero con el uso generalmente se disminuye o se deteriora, el otro en cambio con el uso se multiplica y se recrea.

A nivel mundial, para satisfacer una demanda de alimentos que crecerá en un 40% al año 2030 es posible afirmar que la tierra será razonablemente suficiente, afirmación que es más difícil de hacer con relación al agua si es que no hay un notable aumento en la eficiencia de su uso. Probablemente en el caso chileno sea un poco a la inversa, aunque es notorio que la desertificación ha ido aumentando y los impactos del cambio climático han estado alterando la cuantía y la distribución de las precipitaciones.

Estos antecedentes nos están exigiendo una mayor eficiencia en el uso del agua, un uso sustentable de ella. Es en este contexto, entonces, que surge el concepto de la huella del agua, del agua virtual y del comercio internacional de agua. Aunque con bastante más rezago que la huella de carbono, la huella del agua se está empezando a abordar principalmente en los países europeos como un criterio de producción sustentable, y probablemente no esté muy lejano el tiempo en que los productos se etiqueten para entregar información a los consumidores y a través de esto impactar en la diferenciación de los productos y en el comercio internacional.

Nuestro país ha avanzado significativamente en mejorar la eficiencia del uso del agua de riego, y lo ha hecho principalmente en la gestión hídrica intrapredial. Así las cosas, entre el año 1997 y el 2007 la superficie de riego tecnificada aumentó de las 92.000 hectáreas a las 304.000, es decir un 230%. Este es un logro muy notable que es preciso fortalecer en el futuro y ampliarlo a otros ámbitos y eslabones del uso del agua en la agricultura y en la industria de los alimentos.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Decálogo de Santi Santamaría

En un mundo cambiante, en que solo pareciera importar el futuro, para todos los ámbitos y también para la comida, la sorpresa y la incertidumbre son elementos muy relevantes. En este contexto, vaya el "decálogo" de Santi Santamaría.

¿Qué podemos esperar de la globalización alimentaria?

La crisis económica ha tocado fondo y algunos países han iniciado su recuperación. No sabemos todavía cuán robusta está siendo esta y cuán distinta será en definitiva la globalización post crisis.

En los años que vienen muy probablemente se intensificará la globalización de los alimentos y de las gastronomías. En ello contribuirá la expansión del turismo, la ampliación de las migraciones, el desarrollo de las tecnologías y la búsqueda de sabores y platos de otras latitudes.


Esta intensificación significará una mayor convergencia de los patrones de consumo y de las estructuras del retail, pero no una homogenización de las culturas gastronómicas pues, a mi juicio, coexistirán la demanda por las comidas propias con las comidas “extranjeras”. Los consumidores buscan en los alimentos y en las comidas identidad, pero también novedad y nuevas experiencias.

Con toda seguridad, a los actuales platos mundializados como las hamburguesas, las pizzas, las pastas, los tacos y los wontons se sumarán otros debido a que cada vez es más común que restaurantes de países lejanos se instalen con éxito en otros. Complementariamente, el aumento de los ingresos en los países en desarrollo permitirá a sus poblaciones ir accediendo a los nuevos productos alimenticios como, por ejemplo, a los alimentos funcionales.

Un riesgo para la intensificación de la globalización alimentaria es la tendencia de algunos sectores de los consumidores de los países desarrollados a consumir solo alimentos producidos localmente, para evitar el traslado de estos a través de distancias muy grandes.

En la última década los chilenos comemos cada vez más comida china, norteamericana, italiana, mexicana, japonesa y peruana. Ello seguramente seguirá siendo así y probablemente consumiremos también la de otros países cercanos y de otros no tanto. Junto con ello, es mi convicción, valoramos y comeremos con más gusto aquello que conocemos desde niños como comida chilena.